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La Caperucita Roja - Cuento y Audio

Cuentos Ilustrados para niños 😊👨👩 

 

caperucita roja y el lobo feroz

libro de cuentos ilustrados hadas clásicos

En cierto pueblo, cercano a un tupido bosque, vivía una bellísima niña, tan linda que parecía un angelito. Su madre estaba tan contenta con los encantos de su hija, que casi vivía loca de felicidad. Pero estaba mas contenta aún de su abuelita, quien no hallaba la manera de demostrarle cuánto la quería. La tenía abrumada de regalos y fue precisamente-su abuelita la que le hizo un hermoso sombrerito en forma de caperuza, de color rojo. Desde entonces la llamaron Caperucita Roja.

Cierto día, al llegar a casa Caperucita Roja, después de haber jugado mucho con sus amiguitas, vio sobre la mesa unos sabrosos pasteles. Creyendo que eran para ella, preguntó a su madre si podía comerlos.

― Son para tu abuelita; la pobre esta muy enferma ―replicó su mamá. ― Le llevarás esos pasteles y este tarrito de dulce miel.

― Sí, mamita, así tal vez con esos regalitos mi abuelita se pondrá mejor.

― Pues entonces prepáralo todo y llévaselo.


Caperucita metió en una cesta todo lo que su mama le había dicho, dio un beso a su madre y salió rumbo a la casa de la abuelita, que quedaba al otro lado del bosque.

Avanzaba Caperucita Roja cantando de alegría, cuando, al atravesar el bosque, se encontró con el señor Lobo, que estaba más hambriento que nunca.

La pequeña era un exquisito bocado para sus afilados dientes. Más cuando abría ya su fea boca, divisó muy cerca de allí a los leñadores. Se escondió cuanto pudo, y pasó cerca de ella diciéndole con voz fingida:

― Qué bonita eres, niña! ¿Cuál es tu nombre?

― Soy Caperucita roja.

― ¡Ajan, aja!   iPrecioso nombre el tuyo!  Y a donde vas tan solita?

― Voy a visitar a mi abuelita. ¿Ves esta cesta? Pues dentro llevo pasteles y un tarrito de dulce que mi mamita me dio para ella.


La pequeña, como niña educada que era, contestaba con amabilidad al señor Lobo, sin maliciar el peligro que corría.

― Ajan, ajan!   ¿Así que tu abuelita esta enferma? ¡Caramba! ¿Y esta muy lejos de aquí la casa de tu abuelita?

― ¡Mucho! -respondió Caperucita Roja-― Me falta aún la mitad del camino. ¿Ves ese molino allá lejos?

― ¿En ese molino vive tu abuelita?

― En el molino, no; cerca de él, en la primera casa de la aldea.

Pensó un largo rato el señor Lobo, y después de frotarse con las patas el hocico, que estaba humedecido de gusto, le dijo:

― Sabes lo que he pensado, Caperucita? Te acompañaré para visitarla yo también.

― ¿Tú conoces a mi abuelita? `

― No, pero deseo conocerla.

― Bueno, entonces vamos los dos a ver a mi abuelita.

― ¡Perfectamente! Iremos los dos, pero separados. Yo iré por el camino que cruza el bosque y tu por el de su alrededor, y de esta manera veremos quién llega primero a la casa de tu abuelita.

Después de decir estas palabras, partió el Señor Lobo a todo correr. El muy astuto había dejado a Caperucita el camino mas largo para llegar antes que ella y esperarla.

El señor Lobo necesito poco tiempo para llegar a la casa en que vivía la abuelita de Caperucita Roja. Toco la puerta y desde adentro la abuelita enferma preguntó:

― ¿Quién llama?

― Caperucita Roja ― dijo el señor Lobo cambiando la voz como su nieta― ; te traigo unos pasteles y un tarrito de dulce, abuelita.

La anciana, creyendo que era su nieta, contesto:

― Entra, queridita; alza el pestillo y empuja un poco la puerta.

Así lo hizo el malvado, y apenas entró echose sobre la viejecita y se la comió de un bocado. Se puso el gorro de la anciana y se metió a su cama, cubriéndose con su sabana.

Poco después llegaba Caperucita Roja y al hallar cerrada la_ puerta la golpeo suavemente.

― ¿Quién llama? ― contesto con voz ronca el señor Lobo.

La niña se asustó al escuchar esa voz tan fea, pero se imaginó que su abuelita se encontraba resfriada. 

― Soy Caperucita, tu nietecita, que te trae unos pasteles y un tarrito de dulce. ― dijo la pequeña― ¡Pero qué ronca estas!

El lobo fingió entonces la voz:

― No hagas caso, pequeña; empuja la puerta y entra.

Caperucita entró confiada, a tiempo que el terrible animal escondía-la cabeza bajo las frazadas.

― Como te sientes? -dijo la pequeña, acercándose a la cama.

― Muy resfriada ― respondió el señor Lobo, dulcificando la voz. ―  Cierra bien la puerta ―, agregó después.

― Donde pongo estas cosas que me dio mamita para ti?

― Ponlas encima de la mesa y ven a acostarte conmigo.

Caperucita se acostó. Ya en la cama, exclamó:

― ¡Qué grandes tienes los brazos hoy, abuelita!

― Es para abrazarte mejor, nietecita. ― le respondió el Señor Lobo.

― iY qué grandes tienes las piernas!

― Es para correr mejor, linda mía.

― Pero, abuelita, iqué orejas tan grandes tienes!

― Son para oírte mejor, mi pequeña...


Se produjo un breve silencio hasta que al fin, Caperucita preguntó:

― Pero, abuelita, ¿esos enormes dientes tienes? Son para comerte mejor!

Y el feroz animal se arrojó sobre la niña para devorarla.

Pero Caperucita profirió fuertes gritos, que al ser escuchados por unos leñadores, hicieron que éstos corrieran presto a la casita, donde usando sus hachas mataron al terrible lobo y sacaron de su barriga, aun con vida, a la pobre abuela de Caperucita.

Desde ese día la linda Caperucita contaba a sus amiguitos lo que le había sucedido, y les aconsejaba tener mucho cuidado al hablar con extraños en la aldea y de cómo deben escoger a sus amistades, pues las malas compañías y los malos amigos suelen dar tal desagradables sorpresas como las de aquel malvado lobo.


Perrault


 


 



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